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jueves, 26 de mayo de 2016

La crónica de un "Siwanista" del Sevilla FC.

Con el final de mayo llega el ocaso de la temporada futbolística, y es el instante justo de hacer balance del año de trabajo. Llegamos al punto donde se recogen los frutos y comprobamos si la recolección realizada es acorde a lo esperado en tiempo de siembra. Es el momento del arqueo final de cuantificar lo conseguido y verificar si hay ganancias o pérdidas. Sin embargo, toda valoración es complicada porque son muchos los matices a analizar, por este motivo, he dejado pasar un tiempo para extraer mis conclusiones de una campaña complicada. 

Hace justo una semana, después de volver de Basilea, me senté delante del ordenador  con la intensión de atizar a todo aquel que renegaba del éxito hace justo un mes cuando escribí el post titulado: "Ni éxito ni fracaso en abril". Mis ansias de revancha me sobrepasaban, quería plasmar mi victoria sobre aquellos sevillistas que hicieron de Unai Emery su diana particular, pero al garabatear las primeras palabras caí en la cuenta que esta no era la postura correcta y debía esperar que la altanería por el trofeo conquistado se diluyera y alcanzara una situación de equilibrio para ser más objetivo. 

Hoy, más calmado, la visión es distinta, soy capaz de diferenciar lo positivo de lo negativo, las emociones vividas en St. Jacob Park han quedado archivadas en el disco duro de mi memoria y me permite ver que donde hubo gloria también existió infierno. Ha sido una liga complicada, no ganar fuera de casa ha supuesto una gran losa y ha dado la posibilidad de criticar de manera dura la labor del técnico de Fuenterrabía, desde mi punto de vista de manera injusta por la crueldad empleada por cierto sector del sevillismo, aunque entiendo que este hecho es un argumento suficiente sólido para pensar que algo no se ha hecho bien. 

No obstante, la nota final va en función de los objetivos alcanzados y ser pentacampeón de la Europa League con el premio adicional de la clasificación directa para la Champions es de sobresaliente sin paliativos o como se dice por esta tierra, la faena es de dos orejas y rabo sin discusión. Ningún aficionado puede negar esta afirmación porque es ir en contra de la lógica. Cuando Iborra lloraba al finalizar la final de Madrid, yo me alegraba de las lagrimas del futbolista porque era la rabia por no ganar un título, mientras no hace tanto mis lamentos iban asociado a descensos administrativos o deportivos. La vida nos ha cambiado para mejor jugar dos finales no está al alcance de cualquier entidad y esto solo se argumentar desde el trabajo bien realizado.

Pese a todo esto, no se debe obviar que esta es la recompensa a un proyecto serio de varios años, donde los cimientos son bastantes sólidos porque esta temporada únicamente Rami y N´Zonzi han cumplido con las expectativas creadas por los nuevos inquilinos de la plantilla. La séptima posición ocupada en la liga nos ha dejado la sensación de una plantilla corta en cuanto a efectivos capaces de rendir al nivel de exigencia que demanda el Sevilla FC actual. La vieja guardia con Gameiro, como protagonista principal, se ha echado el equipo a la espalda para llevarnos a las dos finales. Por lo tanto, el próximo curso es el momento de mejorar la plantilla con incorporaciones que vuelvan a aumentar la competitividad y pueda repercutir en una mejor clasificación en la liga porque en los campeonatos por eliminatoria hemos gozado de un abono total, ganando todas la posibles.

En definitiva, sobresaliente por el botín agenciado pero sin tapar los aspectos donde no hemos estado a la altura requerida por el club.












viernes, 6 de mayo de 2016

La década prodigiosa.

Han pasado diez años desde aquel día, fue a finales de junio del año 2005, cuando me acerque con pocas ganas y la caballerosidad justa a felicitar a mi amigo Antonio por el título de copa conseguido por su equipo, en ese momento, la sonrisa se adueño de la expresión de su cara y con un tono de voz altivo me hizo una declaración de intenciones que era más falsa que mi enhorabuena por el triunfo alcanzado por los suyos. Aquel: "Yo deseo que alguna vez podáis jugar una final aunque la perdáis, porque, disfrutad de ese día merece la pena ya que es un acontecimiento único y todo aficionado al fútbol debería vivir al menos una vez en la vida".

Esa frase contenía bastantes mensajes ocultos detrás del cariz distendido que ambos tratábamos de dar a la conversación. En ese comentario se mostraba la prepotencia del ganador que se sentía dominador por haber tocado el cielo frente al débil que empezaba a vender ilusión a su afición en forma de humo para muchos, el egoísmo del poseedor de una copa que no pensaba compartir con nadie y jamás podría ser gozada por la otra parte de la ciudad porque le pertenecía, la rebeldía del subordinado que veía como por un periodo de tiempo se despojaba de su papel de bufón para sentirse rey y gobernar el sur de España y la seguridad del vidente que tenía claro la nula posibilidad que sus palabras se fueran a cumplir. 

Hasta ese momento los fotogramas guardados en la memoria del sevillista eran de noches donde el fracaso se apoderaba del espacio escénico, soñar no estaba permitido para el aficionado porque al final la decepción conquistaba con más fuerza los sentimientos del habitante de Nervión. Sin embargo, dicen que no hay mal que cien años dure y la goleada de Kaiserslautern se borró por la encajada al Zenit en casa, el gol del último minuto que nos eliminó en Lisboa se cambió por el del Schalke, aquellos deseos de gloria que se ahogaron en la noche del Torpedo en el Pizjuan salieron a flote en Eindhoven y se cumplió lo de participar en una cita importante. Lo malo, amigo Antonio, que después han venido catorce finales más, una detrás de otra y de ellas nos hemos traído a las vitrinas siete trofeos más en forma de copa que agrandan nuestra leyenda.

Pero si en este instante me acuerdo de tu nombre es porque ayer jueves me vino a la memoria tu pequeño discurso, cuando al bajar las escaleras escuché a un niño preguntar a su padre: "¿Nos dejará mama ir a otra final papa?" Hoy la desilusión del seguidor de hace diez año se ha convertido en preocupación. Ese niño nada más ha conocido triunfos y le es familiar luchar por los campeonatos. Los tiempos han cambiado y hemos pasados de ser consolado por los rivales a ser un grande del viejo continente y esto no es fruto de la casualidad sino del trabajo bien hecho y la unión que debe imperar por encima de cualquier aspecto individual.