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lunes, 15 de febrero de 2016

"Pío, pío" algo más que un grito. Un sentimiento.

Del partido jugado ayer en el campo del barrio de Nervión hay poco que contar desde la perspectiva del Sevilla FC. Lo único reseñable para el aficionado sevillista que jugando mal los puntos se quedaron en casa. Puede que los aficionados que nos contemplan desde la lejanía lleven razón y seamos uno de los grandes de la liga. Ellos observan una diferencia entre nuestro equipo y los demás, situándonos un escalón por debajo de los conjuntos capitalinos y catalanes. Ayer, antes de entrar en el estadio hablaba con seguidores venido desde fuera de la península y me comentaban del potencial de una plantilla que cambiaba seis jugadores con respecto al pasado jueves y mantenía un once donde sus jugadores serían titular en dieciséis equipos de esta competición. Fueron muchos los canarios que se acercaron a Sevilla para ver esta disputa y a ellos quiero dedicar hoy estas líneas.

Los veía y me trasportaban a tiempos no muy lejanos donde nuestro triunfo era amar unos colores y defender un escudo casi sin recibir nada a cambio. El sentimiento amarillo se podía asimilar a aquel rojiblanco de hace dos décadas cuando deambulábamos por campos de segunda sin encontrar el rumbo correcto. El "sí se puede" que cantaban a la llegada de su equipo, equivalía al grito de "sevillista hasta la muerte" que antes se escucha por los terrenos de la geografía española. Para ellos, su objetivo es seguir jugando en primera, la conquista de esta plaza les resultó complicada y no permitirán que nadie les quite el lugar que tanto ansiaban alcanzar. Defienden con pujanza, vigor, fortaleza y ánimo su estatus en el balompié hispano poniendo la resistencia necesaria para conseguir su copa en forma de permanencia.

Fueron cerca de tres mil corazones pío, pío los que llenaron nuestro santuario dando una tonalidad áurea al ambiente, convirtiendo Nervión en un pequeño Insular donde las palmas por sevillanas cambiaron su tono por uno más carnavalero. Ellos prefirieron dejar aparcada la fiesta por un momento para cortejar a los suyos en la complicada tarea de asaltar el fortín que también guardan los gladiadores de este trocito de la vieja Híspalis. Apoyaron a sus guerreros de principio a fin, incluso, en la primera parte de la contienda tuvieron la sensación de que la batalla se podía decantar de su lado pero  la suerte le fue esquiva y se alió con el más poderoso repeliendo el palo la pelota cuando se cantaba el gol. Además, me demostraron que el cariño a sus hijos es independiente del color de la camiseta, se sienten orgulloso de su Vitolín, ese niño que se hizo pelotero soñando con ser, algún día, Valerón y lo ha conseguido pero a orillas del Guadalquivir aunque no pierden la esperanza de recuperarlo un día y volverlo  a ver por su tierra vestido de La Unión.

Ya solo me queda decir que ayer con vuestro comportamiento ganasteis uno más para vuestra causa y deseo que la temporada próxima se vuelva a oír ese acento caribeño por mi tierra, siendo señal que vuestro sueño se habrá cumplido y la primera división seguirá contando con otra afición inmensa en su competición. Sin más, Hola D. Pepito, hola D. José ayer yo vi pasar por mi casa a unos aficionados grandes, que honraron a su tierra como ella merece. 

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