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lunes, 4 de mayo de 2015

Los Sevilla-Betis de verdad.


Me atrae, en momentos concretos, rememorar recuerdos y vivencias del ayer, puede que hasta cierto punto me considere un nostálgico, siempre me ha cautivado mi pasado y  añoro hechos de mi niñez que con el paso del tiempo y las nuevas tecnologías han desaparecido de nuestro hábitat.
Hace treinta años la rivalidad Sevilla-Betis se vivía con la misma intensidad  que en la actualidad. Sin embargo, la sociedad presentaba una forma de vida muy diferente. El horario escolar estaba dividido en jornadas partidas de mañana y tarde. Cada día, después de la sirena salía corriendo de forma precipitada hacia casa para comenzar el ritual  de todo futbolista. Dejaba la mochila a la carrera y en la habitación sobre la cama me esperaba unas viejas botas de tacos de cordones interminable que ataba dando vueltas alrededor de ellas y aquella camiseta blanca impoluta, en la cual, solo, resaltaba en la parte anterior el escudo sobre el pecho y en la posterior el número de nuestro ídolo. En aquella época el marketing no tenía la importancia de estos tiempos y el diseño de la equipación no cambiaba cada año. Una vez ataviado con la indumentaria correspondiente marchaba hacia las cuatro esquinas donde nos concentrábamos para partir hacia el terreno de juego, el viejo patio del colegio salesiano, con su campo de albero, donde se conserva preso entre los vetustos muros  parte de mi sueño de futbolista.

Nunca se producía el sorteo de equipos, la premisa  era clara los verdes a un lado y los blancos al otro. Los partidos se jugaban de forma intensa, defendíamos con orgullo y pasión unos sentimientos que desde chico nos inculcaron nuestros antepasados que hoy pueblan nuestro tercer anillo, en dicha tierra, aprendí a sentir el compromiso y la lealtad a unos colores que te marcan de por vida, con el paso de los años, comprobé que éramos niños aunque nos comportábamos como hombres, no valían las excusas, lo único que importaba era el triunfo. Seguro que mi nombre y  los de muchos otros amigos no aparecerán en la historia del Sevilla FC pero tengo la certeza y seguridad que defendimos el  prestigio y el escudo de nuestro  club hasta dar la última gota de sudor, con la única recompensa de la reprimenda de la madre por alguna herida, las lágrimas por una derrota inesperada o la alegría por una victoria que nos hacía sentir héroes en nuestra imaginación.

Este relato lo saco a colación después de los comentarios realizados por algunos medios de comunicación y el propio Joaquín Sánchez, los días posteriores al sorteo de la Europa League. En ningún momento esta eliminatoria puede ser considerada como un enfrentamiento entre dos equipos de la misma ciudad, primero porque nadie llevará en su percho el escudo del R. Betis Balompié. También tengo claro que los futbolistas que salten al terreno de juego son profesionales que cobran por realizar un trabajo y jamás sentirán los colores, como esos niños que jugábamos cada día nuestro derbi. A Joaquín, personalmente, me gustaría comentarle que no venda la burra, como se dice en mi tierra, porque yo tengo memoria y recuerdo que decidiste marchar a Albacete cedido antes que jugar en tú Betis del alma. No intentes ganar la gloria que perdiste al marchar dejando tirado a un escudo y una afición por dinero y egoísmo. Para mí, eres uno más de los que se marchan del equipo de su vida para asegurar económicamente su vida y la de los suyos. Por lo tanto, de nada vale derramar lágrimas de cocodrilos en las salas de prensas de los estadios, para representar un papel que se olvida fácilmente nada más abandonarla. Únicamente, recuerdo un futbolista que prefirió seguir en su club rechazando la oferta del grande. Manolo Jiménez  fue fiel a su escudo y lo defendió hasta el final como los niños del principio.

Por consiguiente, los únicos partidos Sevilla- Betis de verdad son los oficiales entre los dos rivales y los disputados entre niños, ninguno más puede ser considerado con un derbi.

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