Fue en Riazor jugando frente al Deportivo cuando un argentino de sangre caliente dijo en voz alta una máxima que estamos obligados a no olvidar nunca. Carlos Salvador Bilardo gritaba a Manolo Pérez que los colorados eran los suyos y debía preocuparse primero de los jugadores que defienden el mismo escudo que el llevaba en su pecho. Lo penoso de esto es que tuvo que ser un hombre nacido en el otro lado del charco quien nos diera esta lección de unión y defensa por lo nuestro y que aun con el paso del tiempo muchos todavía no han asimilado dentro del club.
En todo proyecto, encontramos
detractores pendientes de un error para destrozar a las primeras de cambio el
plan ideado. Nuestros dirigentes no pueden consentir que un tirano que gobierna la LFP y un periodista resentido derrumben nuestra factoría de sueños, aquella que un día del año 2005 un profesional de la información quiso baustizar como la fábrica donde solo se creaba humo. Esos hornos durante quince meses trabajaron a pleno rendimiento manufacturando
cinco títulos, comprobando como los augurios que barruntaban ciertos personajes
no se cumplían y la empresa no se precipitaba a la bancarrota. El éxito de aquello se sustento en la unión del sevillismo, todos los estamento del club se fusionaron, consiguiendo una aleación donde la principal propiedad era la consistencia y el autoestima de una sociedad que se hizo invencible, derrotando a los prepotentes del lugar y robando la supremacía del fútbol mundial en un periodo de dos años, reconocimiento oficializado por la IFFHS.
Sin embargo, se cometieron errores y debemos evitar los traspiés del pasado para no volver a tropezar en la misma piedra, porque aquella industria
continuó con su producción pero
el desgaste de los mecanismos, los cambios de encargados y la mala
planificación de los directivos nos guiaron a un periodo donde la crisis hizo acto de presencia como en toda sociedad. Se perdió el vinculo entre directiva y afición, teniendo como consecuencia que
el ciclo de fortuna y prosperidad fue
desapareciendo. Surgieron conflictos entre los diferentes estamentos de la institución que concluyó con el abandono
del complejo de los principales
accionistas en la época de triunfo. Los guardianes de Nervión se marcharon dejando tras
decir un solar que perdió su colorido y el ambiente de cordialidad que había existido en la fábrica de sueños.
El corazón del Sanchéz Pizjuán dejó de latir porque el artesano que diseñó y
argumento tantas batalla dando norte y sentido a la fiesta que cada jornada se
vivía en nuestro estadio, se sintió solo o defraudado, perdiendo la fe en aquel aliado que lo acompañó de la mano en
tantas noches de gloria. Como consecuencia la alegría se tornó en tristeza, los cánticos desaparecieron y el silencio se adueñó de toda la propiedad. Aunque, no hay mal que dure toda la vida y ayudado por el cambio de patrón se consiguió voltear la situación, volviendo la fábrica a rendir a
pleno rendimiento, se recuperó la decoración de antaño, fabricando un nuevo título de la Europa League que rememoró tiempos pasados. Las chimeneas volvieron a
echar humo, quedando patente que el triunfo se asienta en un trono donde todos sus apoyos deben estar engarzados y unidos para evitar un nuevo desplome.
Por lo tanto, Sr Pepe Castro, en ningún instante, olvides que los de rojo son los tuyos y no los antepongas a embaucadores que quieren volver a hundir este barco. En Nervión, Los Biris son los nuestros y no tienen cabida ni Tebas ni De la Morena que son marionetas miedosas, que se mueven en función del los poderosos Madrid y Barcelona y de una afición que habita en el entorno del Manzanares.
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