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martes, 23 de diciembre de 2014

El Campo De La Vega.

Me satisface en momentos concretos rememorar recuerdos y vivencias del ayer, puede que hasta cierto punto me considere un nostálgico, siempre me ha cautivado mi pasado y  añoro hechos de mi niñez  que con el paso del tiempo y las nuevas tecnologías han desaparecido de nuestro hábitat.
 
Cuando por el mes de julio retomé este blog, una de mis intenciones era recuperar situaciones, lugares y costumbres que el tiempo se había encargado de eliminar por alguna razón de nuestro entorno cotidiano. La Palma de finales de los setenta y principio de los ochentas era muy distinta de la actual. Su paisaje urbanístico ha cambiado, el pueblo se ha llenado de nuevas construcciones que ocupan lugares donde antes existía un espacio libre, un descampado, que era utilizado por los zagales de la época como campo de fútbol. Cada zona tenía su sitio de juego, los de la calle Moscardó y el Pozo de las Vacas compartíamos el patio de los Salesianos o el terreno de albero de Bachillerato. Sin embargo, en aquel periodo, entre los jóvenes era típico el ir a luchar o enfrentarse a los amigos de otro sector.

De todos los estadios ficticios que formaban parte de nuestra localidad, recuerdo uno que solíamos visitar muy a menudo "El Campo De La Vega". En este lugar se reunían los niños de la calle Sevilla y alrededores. El motivo de las asiduas citas, no era otro, que compartíamos pupitres en el colegio y por las tardes concluíamos el partido iniciado en el recreo. En la actualidad, los terrenos están ocupados por la Plaza 15 de Agosto y las viviendas o bloques de pisos que rodean su perímetro. Hace treinta y cinco años, su superficie de tierra libre se rodeaba de solares para guardar los tractores y aperos del campo, algún negocio familiar y varios bloques de piso que hoy han quedado relegado a un segundo plano, detrás de las nuevas construcciones.
 
Hace  más de siete lustros los jóvenes disfrutábamos de la calle no existían los miedos de hoy en día ni  la inseguridad que acecha a nuestra sociedad. El horario escolar estaba dividido en jornadas partidas de mañana y tarde. Como cada día, después de la sirena salía corriendo de forma precipitada hacia casa para comenzar el ritual  de todo futbolista. Dejaba la mochila y en la habitación sobre la cama me esperaba unos viejos zapatos deportivos de la marca "golfitos" y un chándal. Una vez ataviado con la indumentaria correspondiente marchaba hacia las cuatro esquinas, donde, nos concentrábamos para partir hacia el terreno de juego. Montados en las bicicletas típicas, nada que ver, con las actuales de montaña. Llegábamos al terreno de juego donde cuatro piedras hacían las veces de porterías, no había arbitro, solo las reglas de juego callejero que todos conocíamos.
Los partidos se jugaban de forma intensa, defendíamos con orgullo y pasión un honor que desde chico teníamos inculcados, en dicha tierra, aprendí a sentir el compromiso y la lealtad a unos amigos que te marcan de por vida, con el paso de los años comprobé que éramos niños que nos comportábamos como hombres, no valían las excusas, lo único que importaba era el triunfo, que buscábamos hasta la última gota de sudor, con la única recompensa de la reprimenda de la madre por algunas heridas, las lagrimas por una derrota inesperada o la alegría de una victoria que nos hacía sentir héroes en nuestra imaginación.
Para concluir comentar que tengo la seguridad y certeza, que debajo de los cimientos de la actual plaza, se conservan preso los sueños futbolísticos de muchos niños de aquellos alrededores y de los invitados que solíamos acudir a defender la dignidad de nuestra calle.

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