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jueves, 23 de octubre de 2014

La leyenda de un triple.

Dicen que tener presentes sucesos o hechos de la infancia o juventud es mantener vivo aquellos recuerdos de una época donde la vida se observaba de distinta forma, las preocupaciones eran pocas y la alegría ocupaba un lugar importante en nuestra existencia. Puede que los jóvenes de finales de los ochentas y principio de los noventas no gozáramos de las mismas inquietudes que los actuales. No dependíamos tanto de las nuevas tecnologías y un balón de baloncesto servía para pasar las tardes de los sábados en el viejo patio del FP. Lugar donde comenzó a forjarse la historia de un triple que hoy, casi veinticinco años después, sigue siendo motivo de conversación cuando coincidimos varios de los protagonistas de aquel acontecimiento.

Intento rebuscar en mi memoria pero no soy capaz de encontrar el motivo que nos reunió en torno a una canasta a los protagonistas de esta historia. Tal vez, fue pura coincidencia que nos juntáramos las seis personas aquella tarde del mes de octubre de 1988. Desde ese día, Antonio Ebrero, Manuel Jesús Villalba, Juan Manuel Bernal, Eduardo Díaz, José Antonio Sánchez y yo, quedábamos citado, cada fin de semana, para disputar una zona. Por encima de todo, siempre, prevaleció el respeto y la amistad. No recuerdo ningún mal gesto en la lucha por ganar la disputa, e incluso, por la noche nos encontrábamos para seguir comentando las jugadas en compañía de una cerveza.

Con el discurrir de los meses, el número de asistente aumentó, pasamos de partidos a media pista a encuentros de cinco contra cinco a cancha completa. Sin darnos cuenta, habíamos formado un equipo de baloncesto. Cada verano, en el vetusto polideportivo del pueblo, se celebraba una liga de baloncesto. Antonio Ebrero promovió la idea de participar en ella con el grupo formado en aquel Instituto de Formación  Profesional. Además, se encargó de hablar con el representante de la marca Kelia que patrocinaría el equipo, llevando su nombre. Con el final del curso desapareció las canastas del recinto colegial y tuvimos que trasladarnos a la nave del Muladar, donde realizamos la pretemporada, ensayamos jugadas que preparábamos con todo el entusiasmo, aunque, a decir verdad, nunca las pusimos en práctica, quedando, únicamente, como bocetos en una pizarra.

Pagamos la novatada, no vencimos en ningún enfrentamiento de la competición, aunque la aspiración y la ambición por un  triunfo permaneció intacta y no la perdimos. La esperanza de atrapar una victoria nos llevó a la vecina Bollullos, donde se disputaba un trofeo de feria. Nos cargamos de  ilusión y nos enfrascamos en un nuevo reto. El primer día pasó con más pena que gloria. Sin embargo, la historia pudo cambiar.
 
El recinto el Colegio de Las Viñas, el rival, el conjunto más laureado del pueblo vecino. Los astros se alinearon aquel día y la magia apareció, apoderándose del juego que desarrollábamos, los sueños, de aquel grupo de amigos, se cumplían, los dibujos de la pizarra tomaron protagonismo y pasaban de la ficción a la realidad. A falta de cinco segundo, el marcador reflejaba dos puntos por debajo, con posesión a favor del Kelia. Ebrero pidió tiempo y explicaba la jugada a realizar para empatar, mientras, yo decía: " me la juego, me la juego de tres". El tiempo de reflexión finalizó y nos dispusimos para sacar de banda. No sé cómo, el balón vino a mí, sentí por un instante el mundo en mis manos, la gloria del héroe observando  el vuelo del balón hacia la canasta, hasta que de pronto, la evidencia me golpeo fuerte, no tocando ni aro la pelota. El éxito no se alió con aquel grupo de amigos pero en ningún momento nos sentimos fracasado.
 
La moraleja puede ser que el objetivo final del Kelia era la diversión porque aprendimos de niño que el deporte es para pasarlo bien y no un medio de frustración sino se conseguía el premio del trofeo, Este es el motivo que nos permite seguir hablando de aquel triple que nunca entró.

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