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viernes, 19 de septiembre de 2014

La calle de la feria.

Por mi edad, cumplido los cuarentas, crecí con la fiesta en la Avenida de la Zarcilla, para los de nuestra generación, esa será siempre la calle de la feria. Nunca pensamos en una distribución diferente, un recinto ferial era una utopía para aquellos niños que vestíamos el pantalón corto de mil rayas a finales de los setentas o principio de los ochentas. La manera y la forma de convivir en sus casetas nada tienen que ver con la presente. En mi memoria, perdura la llegada de los grupos con las cestas llenas de fiambreras. La carne empanada, la tortilla de patata, las croquetas, las tapitas de queso y jamón componían el menú de cada noche, que se consumía en familia, en un modo austero. No había tantos excesos como en la actualidad.
 
En aquella calle, en las grandes explanadas, donde las construcciones actuales no convivían con el paisaje de la época, se encuentra  oculto o cubierto el recuerdo de casetas de instituciones o grupos de amigos que formaban parte activa de la vida del pueblo en aquellos momentos. Por mi mente, pasan fotogramas en blanco y negro de vivencias que guardamos, cada uno, en el álbum fotográfico que mora en nuestra mente.
 
En una de esas imágenes, oteo un espacio grande ocupado por una caseta llena de socios, que cada año se reunían para celebrar una cena en los primeros días, en torno a una copa de vino de la cosecha propia que molturaban en su Cooperativa Nuestra Señora de Guía. En otra, contemplo una fachada de material con arcos de medio punto como ventanas, donde en su interior se escucha música y hay bailes con orquesta, rememorando los guateques de los sesenta en "El Casino" de la plaza. Curioseando, un poco más, encuentro una foto repleta de gente joven con un logotipo, en el fondo, donde se distingue UY-41. De la siguiente, emana aroma a chuletas asadas de "Los Cabezones" con el Zoqui como buque insignia. En otra, aparecen niños con postillas en las rodillas que vienen de recoger los trofeos de las diferentes ligas de verano de la caseta del ayuntamiento, a espalda del parque y van a celebrarlo a la del Siempre Alegre. Hay muchas más que quedarán guardadas para otro momento.
 
Sin embargo, la más especial, que ocupa la página central del álbum, es una con toldos rojo y blanco y un gran escudo coronando la entrada, donde Marcelino, de portero, pide los pases. En ella, en un rinconcito, me encuentro con mis abuelos, mis padres, mis tíos y mis primos, que junto a sus amigos disfrutábamos de aquellas ferias en la caseta de "La Peña Sevillista Pedro Berruezo". En aquel espacio, jugábamos los niños con las pistolas de mixtos o los Airgam Boys y las niñas con sus muñecas, sin pensar tanto, en montarnos en los cacharritos que se encontraban al principio, al lado del campo de futbol. 
 
Por lo tanto, nosotros nos hicimos grande con la calle de la feria, cuando los viajes no se realizaban en este tiempo y la crisis no existía con las fiambreras y no con el recinto ferial, el de los viajes y la crisis. 

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